• Sábado, 5 de Jul 2025
  • Por: Jorge Ávila

Cuando la tecnología nos malacostumbra

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ace unos días tuve una de esas pequeñas experiencias que, aunque no parecen gran cosa, te dejan pensando más de la cuenta. Salí de casa sin llevar mucho efectivo, confiando plenamente en que todo iba a funcionar como siempre: el celular, el internet, las apps bancarias, las tarjetas. Ya me había pasado antes, pero esta vez volvió a suceder. Y fue frustrante. No tanto por el problema en sí, sino por cómo me afectó emocionalmente.

Estaba en una zona donde muchos establecimientos, aunque formales, no aceptan pagos con tarjeta. En Tlaxcala eso todavía es bastante común, sobre todo porque muchos dueños prefieren el efectivo y no quieren meterse con bancos. Yo sí llevaba algo de dinero, pero no lo suficiente para cubrir todo lo que necesitaba. Y si lo usaba todo en ese momento, me iba a quedar sin nada, sin posibilidad de sacar más después.

Pensé que sería sencillo: transfiero desde una cuenta cercana y saco en el cajero. Pero ese día se me había terminado el plan de datos. Sin internet, no podía acceder a mi app bancaria. Aun así, intenté hacer una nueva recarga con saldo, lo cual sí funcionó y se activó un nuevo paquete de datos. Pero incluso con eso, la aplicación del banco no detectaba mi ubicación. Ni Google Maps funcionaba bien. Por alguna razón, nada se conectaba. Todo lo que normalmente daba por hecho… simplemente no funcionaba.

Al final tuve que buscar señal, acercarme a otro sitio y pedirle a alguien que me compartiera internet. Algo tan sencillo como eso, pero que no hice antes por pena, o por confiar demasiado en que todo iba a salir bien.

Esa frustración me dejó pensando. Estoy demasiado acostumbrado a que todo funcione sin fricción, sin complicaciones. Tal vez muchos estamos así. Y si nosotros —que crecimos viendo cómo la tecnología avanzaba— reaccionamos así cuando algo falla, no me quiero imaginar cómo serán las generaciones que ya nacieron con todo resuelto, todo sencillo, todo a un toque. ¿Qué pasa cuando las cosas no funcionan como deberían? ¿Estamos perdiendo la capacidad de adaptarnos?

Una generación que ya no quiere leer instrucciones

Algo que me preocupó aún más vino después, cuando empecé a ver algunos videos en YouTube sobre reseñas y tecnología, como suelo hacer de vez en cuando. Yo normalmente sigo canales de personas que ya conozco, la mayoría de ellos mayores de 35 años. Son voces que crecieron junto con la evolución de la tecnología y suelen tener una visión más equilibrada, más paciente. No es que no critiquen, pero entienden que a veces las cosas no salen perfectas o que requieren ciertos pasos para configurarse.

Pero esta vez decidí ver algunos videos de creadores más jóvenes, por curiosidad. Y ahí me di cuenta de algo interesante: la crítica cuando algo no funciona es mucho más dura, más inmediata, más emocional. Muchos se desesperan rápidamente, como si no hubiera tolerancia a que algo no funcione de inmediato.

En uno de los videos, un chico se frustraba porque no podía pasar archivos entre sus dispositivos. Hacía gestos de enojo, se quejaba del sistema, del fabricante, de la marca. Después de varios minutos de frustración, terminó diciendo algo como: “Ah, es que venía en las instrucciones… pero no las leí.” Y entonces, todo cobraba sentido. El problema no era el producto, sino su impaciencia. Lo peor es que eso lo he hecho yo también, y seguramente muchos más: no leer nada, asumir que todo debe funcionar solo, y culpar a otros cuando no es así.

Posiblemente mi juicio también esté algo sesgado. Estoy “casado” con mis youtubers de siempre, esos canales con los que aprendí y entendí la tecnología a lo largo del tiempo. Me gusta su estilo, su ritmo, su forma de explicar. Tal vez por eso, cuando veo contenido hecho por personas más jóvenes, me cuesta conectar o entender su manera de comunicar. Pero aun así, creo que vale la pena observar estas diferencias, porque hablan de cómo nos estamos relacionando con la tecnología… y también con la frustración.

Adaptarse sin perder el rumbo

Sé que no estoy diciendo algo nuevo. Es un tema del que muchos ya han hablado, directa o indirectamente. Pero creo que no por eso debemos dejar de repetirlo: estamos viviendo en una época donde la comodidad tecnológica es tan grande, que a veces olvidamos qué hacer cuando las cosas no salen como esperamos.

Adaptarse es parte de la vida. No se trata de rechazar lo nuevo ni de volver a lo antiguo. Al contrario, la tecnología está para facilitarnos las cosas, y eso está bien. Pero también es importante mantener cierta conciencia de cómo nos relacionamos con ella. Porque mientras más nos acostumbremos a que todo esté listo, rápido y sin esfuerzo, menos preparados estaremos cuando algo falle.

Lo preocupante no es solo que las nuevas generaciones estén creciendo con todo al alcance de la mano —lo cual inevitablemente cambia su forma de entender el mundo— sino que nosotros mismos, que vivimos el “antes” y el “después”, también estamos cayendo en esa dependencia. Esa experiencia que tuve me dejó claro que necesito estar más preparado, no asumir que todo va a salir bien solo porque sí, y sobre todo, no desesperarme cuando algo no funcione como lo esperaba.

No es el fin del mundo cuando algo falla, pero sí es una oportunidad para ver qué tan capaces somos de adaptarnos, resolver y mantener la calma. Quizá ahí esté el verdadero aprendizaje en medio de tanta tecnología.

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