L a vez pasada, como muchos otros días, terminé enganchado con uno de esos podcasts de ciencia ficción que tanto me gustan. Esta vez fue el turno de uno llamado “El Borrado”, que les recomiendo ampliamente si disfrutan de imaginar futuros distópicos con tintes filosóficos. Lo escuché mientras caminaba por la ciudad, y no pude evitar quedarme pensando en las implicaciones de lo que planteaba.
El podcast se sitúa en un futuro donde la humanidad ha llegado a un punto crítico: todo está digitalizado, todo se almacena — y ya no hay más espacio. La tecnología ha permitido guardar absolutamente todo, pero ese exceso nos ha llevado a una crisis de almacenamiento. Por primera vez, se plantea la necesidad de elegir qué borrar, porque ya no es posible seguir guardando todo.
Lo interesante es que en ese mundo imaginado aparece una nueva forma de “síndrome de Diógenes”, pero digital. Así como en el trastorno real las personas acumulan objetos físicos sin poder deshacerse de nada, aquí se acumulan archivos, mensajes, recuerdos digitales… incluso memes o grabaciones de voz sin valor e incluso se pierde el concepto de morir ya que pueden copiar la memoria de las personas y crear acompañantes . Y es tan común que se convierte en un problema de salud mental. Para resolverlo, una comisión especial se encarga de decidir qué se conserva y qué se elimina para siempre.
Fue bajo ese preámbulo que comenzaron a surgir en el podcast algunos términos que captaron de inmediato mi atención: higiene digital, minimalismo digital y dieta digital. Luego, en episodios especiales, se exploraron a fondo estas ideas. Y hoy quiero hablar precisamente de eso: de cómo estos conceptos pueden ayudarnos a enfrentar, desde el presente, los excesos digitales del futuro —que en muchos sentidos, ya estamos viviendo.
Cuando escuché por primera vez el término "higiene digital", me sonó raro. ¿Cómo es que la tecnología puede estar “sucia”? ¿De qué hay que limpiarla exactamente? Pero mientras más lo pensaba, más sentido tenía. Así como lavamos nuestro cuerpo, cepillamos nuestros dientes y mantenemos limpio nuestro entorno físico, también deberíamos tener cuidado con la forma en que usamos la tecnología todos los días.
La higiene digital no tiene que ver con polvo o mugre, sino con los hábitos que adoptamos al relacionarnos con lo digital: con nuestras redes sociales, nuestros dispositivos, nuestras contraseñas, y hasta con la forma en que consumimos información. Se trata de mantener orden y salud mental en un entorno que, por invisible que parezca, también puede llenarse de basura, estrés y ruido.
Por ejemplo, ¿cuántas veces has dejado cientos de correos sin leer solo porque no quieres enfrentarte a ese mar de notificaciones? ¿O has sentido ansiedad por tener demasiadas pestañas abiertas, archivos sin clasificar o apps que ya no usas? Todo eso es parte de una mala higiene digital, igual que dejar platos sucios en la cocina o no sacar la basura. Practicar una buena higiene digital implica cosas tan simples (pero poderosas) como:
Al final, tener una buena higiene digital no solo libera espacio en tus dispositivos, también lo hace en tu mente. Te permite usar la tecnología a tu favor, sin sentir que te está consumiendo poco a poco.
Después de pensar en la higiene digital, el siguiente concepto que me llamó la atención fue el del minimalismo digital. A diferencia del anterior, este no busca solo “limpiar” lo que sobra, sino reducir de raíz lo innecesario. Es más radical, casi como una filosofía de vida aplicada al mundo digital.
Inspirado en el minimalismo tradicional —ese que te invita a vivir con menos cosas materiales y más intención—, el minimalismo digital propone algo similar: usar menos tecnología, pero usarla mejor. No se trata de rechazar el mundo digital, sino de preguntarte de forma honesta: ¿esto que uso me aporta algo? ¿O solo me quita tiempo, atención o energía?
En mi caso, por ejemplo, me di cuenta de que tenía más de cinco redes sociales instaladas en el celular, pero en realidad solo usaba una o dos de forma consciente. Las demás estaban ahí por inercia, por hábito, por miedo a “perderme algo”. También noté que tenía notificaciones activadas para todo, y cada vibración interrumpía mi día aunque fuera irrelevante. Practicar el minimalismo digital me ha llevado a hacer ajustes como:
Este enfoque te ayuda a recuperar el control sobre tu tiempo, tu atención y tu energía mental. Y en un mundo donde todo compite por distraerte, eso es oro puro. Vivir con menos tecnología puede parecer extraño al principio, pero también puede darte más espacio para pensar, crear, descansar y estar presente.
Si la higiene digital es limpieza y el minimalismo digital es reducción, entonces la dieta digital es consciencia. Con este término se hace una analogía directa entre lo que comemos y lo que consumimos digitalmente: así como una mala alimentación puede afectar tu salud física, un mal consumo digital puede afectar tu salud mental y emocional.
Vivimos expuestos a un flujo constante de información, imágenes, noticias, videos, mensajes… muchos más de los que podemos procesar. Y la mayoría llegan sin filtro. Abrimos el celular “solo para ver algo rápido” y cuando menos lo pensamos, llevamos 40 minutos haciendo scroll en una red que ni siquiera nos entretuvo tanto. Esa es la versión digital de comerse una bolsa entera de papas sin tener hambre.
La dieta digital no busca eliminar por completo el consumo digital, sino hacerlo de forma más consciente, intencional y moderada. Algunos ejemplos prácticos:
Al igual que con la comida, una dieta digital saludable no se trata de restricciones rígidas, sino de equilibrio. No es dejar de usar tecnología, sino usar lo digital sin dejar que lo digital te use a ti.
Después de escuchar ese podcast y reflexionar sobre estos conceptos, entendí que no se trata de hacer cambios drásticos de un día para otro, sino de comenzar poco a poco. Adoptar una mejor higiene digital es como mantener tu espacio limpio: requiere constancia y atención. Practicar el minimalismo digital es como ordenar tu vida digital y quedarte solo con lo esencial. Y llevar una buena dieta digital es, simplemente, cuidar lo que consumes en internet, como lo harías con tu comida diaria.
El problema no es solo que usamos una herramienta, sino que hemos dejado de desarrollar una capacidad que antes era básica: orientarnos. Preguntar cómo llegar, recordar la esquina donde estaba tal tienda, trazar mentalmente una ruta… todo eso se ha vuelto raro. Y lo preocupante es que si un día el mapa no carga, no solo nos sentimos perdidos físicamente, sino mentalmente desarmados. Hemos cambiado la brújula interna por un sistema que, aunque muy eficiente, también nos debilita en lo cotidiano. Aunque todos estos conceptos están relacionados, no son lo mismo:
Cada quien puede comenzar por donde le parezca más necesario. Tal vez tú necesitas limpiar y organizar tus archivos, o quizás te des cuenta de que estás demasiado saturado de información y necesitas un descanso. No importa por dónde empieces, lo importante es hacerlo con intención.
Y tú, ¿ya habías escuchado estos conceptos? ¿Te sientes identificado con alguno? Me encantaría leer lo que piensas sobre este tema, así que déjame un comentario o comparte este post con alguien que también necesite hacer una pausa digital.