• Lunes, 23 de Jun 2025
  • Por: Jorge Ávila

Lo que perdimos con nuestros celulares y nadie lo dice

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H oy los celulares hacen cosas increíbles. Tienen cámaras que compiten con cámaras profesionales, pantallas que parecen sacadas del cine, diseños que se sienten futuristas… pero, en medio de tanta “evolución”, también hemos ido perdiendo funciones que en su momento nos hacían la vida más fácil, más práctica o simplemente más nuestra.

Este no es un texto para renegar del avance tecnológico, sino una mirada con nostalgia —y algo de crítica— hacia esas características que, aunque pequeñas o simples, marcaron época en el uso diario de nuestros teléfonos. Funciones que nos daban libertad, que podíamos controlar y que hoy, por decisiones de diseño, de mercado o por “el medio ambiente”, ya no están más.

Aquí te comparto algunas de esas cosas que extraño, y que tal vez tú también recuerdes con cariño.

Baterías removibles: cuando teníamos el control

Hubo un tiempo —no tan lejano— en el que cambiar la batería de tu celular era tan sencillo como quitar la tapa trasera y colocar una nueva. Sin herramientas especiales, sin visitas al servicio técnico, sin miedo a dañar nada. Era una solución práctica y accesible: si te quedabas sin pila, simplemente llevabas una batería extra y listo. Nada de andar buscando enchufes o cargadores portátiles.

Además, cuando la batería comenzaba a degradarse —porque todas eventualmente lo hacen— no tenías que preocuparte por costos elevados ni reparaciones complejas. Comprabas una batería original o genérica, la reemplazabas tú mismo y tu teléfono volvía a la vida como si nada. Era como presionar un botón de reinicio para el rendimiento del dispositivo, sin cambiar de celular, sin gastar una fortuna.

Hoy, en nombre de un diseño “más delgado” o de una supuesta resistencia al agua, nos arrebataron esa libertad. Reparar un teléfono moderno puede salir tan caro que muchas veces resulta más fácil —y tristemente más común— comprar uno nuevo. Nos vendieron la idea de progreso, pero en el fondo perdimos algo esencial: la capacidad de extender la vida útil de lo que ya teníamos. Y sí, hubo modelos que ofrecían resistencia al agua y batería removible. Entonces, ¿realmente era necesario quitárnosla?

Ranura para memoria SD: cuando tú decidías cuánto espacio tener

Antes, los celulares venían con muy poca memoria interna. Lo normal era que apenas alcanzara para el sistema, algunas apps básicas y una que otra foto. Por eso, tener una ranura para tarjeta microSD era algo que te salvaba la vida. Con una tarjetita pequeña, de esas que parecían nada, podías llevar tus canciones, videos, fotos y archivos a todos lados, sin preocuparte por quedarte sin espacio.

Recuerdo perfecto cuando tuve un Sony Xperia Tipo, un equipo muy limitado en almacenamiento, pero que con una memoria SD se volvía útil de verdad. Aunque ese modelo solo permitía hasta 32 GB extra, había otros teléfonos que aceptaban hasta 128 GB, 256 GB, e incluso 1 TB, como algunos modelos de Samsung Galaxy Note o la serie Galaxy S10. Tú decidías cuánta memoria necesitabas y cuándo era momento de ampliarla. Era barato, fácil y sin complicaciones.

Pero poco a poco nos fueron quitando esa libertad. Nos dijeron que la memoria interna soldada era más rápida, que mejoraba el rendimiento del sistema, que las apps funcionaban mejor. Y sí, tener 128 o 256 GB de fábrica está chido, nadie lo niega. Pero el problema es cuando te llenas el espacio… ¿y luego? Ya no hay manera de expandirlo. Y lo peor: si quieres más, tienes que pagar por un modelo más caro o, peor aún, contratar almacenamiento en la nube.

Apple, por ejemplo, nunca permitió microSD en sus iPhones. Y aunque existen procesos para cambiar el chip de memoria interna (en lugares especializados y a precios altos), la mayoría de la gente ni lo considera. En Android, marcas como Google Pixel, Motorola y los Samsung Galaxy más recientes ya dejaron de incluir ranura para SD, empujándonos poco a poco al mismo camino.

Hoy en día todo gira en torno a la nube. Te dan unos cuantos gigas “gratis” —5, 10 o 15 GB, según el servicio— y cuando ya no cabe nada más, terminas pagando una suscripción. Yo empecé con el plan básico de Google Drive, luego subí al de 100 GB, después al de 200 GB… y ahora pago por 2 TB, aunque ni siquiera uso tanto. ¿Por qué? Porque no hay punto intermedio, porque te atrapan en ese ciclo.

Y ahí es donde se siente la diferencia: antes tenías el control. Podías comprar una microSD y listo. Hoy dependemos de la nube, del internet, de pagar cada mes. ¿De verdad era tan malo dejar que cada quien pusiera su propia memoria?

El cargador en la caja: cuando comprar un celular significaba tener todo

Antes, abrir la caja de un nuevo celular era una experiencia completa. Venía todo: el teléfono, su cargador, el cable, audífonos, tal vez una mica protectora, stickers, manuales... hasta había marcas que te daban pilas extra o adaptadores especiales. Eran tiempos en los que comprabas el teléfono y listo: lo sacabas, lo cargabas, y lo empezabas a usar sin preocuparte por nada más.

Pero hoy la historia es otra. Ahora abres la caja y lo único que encuentras es el teléfono, el cable y muchos papelitos que casi nadie lee. ¿El cargador? Ya no viene. Te dicen que es “por el medio ambiente”, que así se reduce el tamaño de las cajas, que se genera menos basura electrónica y que tú ya tienes cargadores en casa. Y sí, puede que haya algo de razón en eso… pero no del todo.

Esto empezó con Apple, cuando en 2020 lanzó el iPhone 12 sin cargador. Al principio todos se quejaron, pero luego muchas marcas Android hicieron lo mismo: Samsung, Xiaomi, Motorola, Nokia, todas poco a poco se subieron al tren. Algunos modelos como el Galaxy S21, el Pixel 6 o incluso algunos Xiaomi Mi 11 ya no incluyen el adaptador de corriente. Solo el cable, que muchas veces ni siquiera es compatible con los cargadores viejos.

Y aquí es donde el problema se complica: si no tienes un cargador en casa que sea 100% compatible con tu nuevo equipo, te arriesgas a que cargue más lento, que se sobrecaliente o que incluso te nieguen la garantía si algo sale mal. Porque sí, ya ha pasado que las marcas dicen “no usaste el cargador oficial” y con eso se lavan las manos.

Además, si de verdad fuera por cuidar el medio ambiente, ¿por qué no quitan también los manuales físicos y ponen un código QR con la guía? ¿O por qué no hacen un programa para reciclar cargadores antiguos y darte un descuento? Al final, todo parece más una estrategia para bajar costos y venderte el cargador aparte. Tú compras el teléfono, y luego te das cuenta de que todavía tienes que pagar extra si quieres cargarlo correctamente.

Y mientras tanto, el consumidor pierde: ya no recibe lo necesario para usar su nuevo equipo desde el primer momento, y termina pagando más por lo que antes venía incluido. ¿Cuidar el planeta? Sí, claro. Pero también cuidar al usuario no estaría mal.

Adiós al jack de audífonos: cuando el sonido empezaba con un “click”

De todas las cosas que han ido desapareciendo de los teléfonos, tal vez la salida de audífonos (el famoso jack de 3.5 mm) es la que menos afecta al día a día... pero también es una de las que más nostalgia trae. Porque sí, conectar tus audífonos, escuchar ese pequeño “click” y enseguida sentir cómo el sonido te envolvía, era parte de la experiencia. Sobre todo si tenías unos buenos audífonos y un celular con buena calidad de audio, el resultado era otra cosa.

Durante años, tener ese conector era algo básico. Todos los teléfonos lo incluían: Sony Xperia, Samsung Galaxy, LG, Motorola, Nokia, todos. Incluso modelos de gama baja te permitían usar cualquier audífono con cable y seguir con tu música, tus llamadas o tus videos sin complicaciones.

Pero eso cambió cuando en 2016, Apple decidió eliminar el jack en el iPhone 7. La excusa fue que necesitaban más espacio interno para otras funciones, como una batería más grande o mejoras en resistencia al agua. Después vinieron otras marcas que también lo quitaron: Google Pixel, Huawei, Xiaomi… y poco a poco se fue volviendo “normal” que ya no viniera.

No se puede negar que los audífonos inalámbricos trajeron muchas ventajas. Son cómodos, te dan libertad de movimiento, y algunos incluso tienen cancelación de ruido, control táctil, conexión automática y muchas otras funciones que antes eran impensables. Pero también tienen sus “peros”.

Primero, son otro aparato más que tienes que andar cargando. Si se te olvida cargarlos, ya no hay música. Si pierdes uno, adiós par. Y hay modelos que son tan grandes o incómodos que no todos se adaptan bien a cada persona. Además, muchas veces ya ni siquiera vienen incluidos con el teléfono, así que hay que comprarlos aparte.

Con los audífonos de cable, eso no pasaba. Los llevabas en la mochila, los conectabas en dos segundos y listo. Incluso cuando ya estaban algo dañados, todos recordamos esa “técnica” de mover el cable o girar el conector hasta que volvieran a sonar los dos lados. Era parte del encanto.

Hoy es raro ver un teléfono con jack de 3.5 mm, salvo en algunos modelos más especializados o de gama media. Y aunque es verdad que el audio inalámbrico ha avanzado mucho, se extraña esa simplicidad de antes: sin preocuparte por batería, compatibilidad, ni emparejamientos. Solo conectar y disfrutar.

El LED de notificaciones: una lucecita que decía todo sin decir nada

Hay cosas que tal vez no eran esenciales, pero que igual se extrañan. Para mí, una de esas es el clásico LED de notificaciones en la parte frontal del celular. Una lucecita tan discreta, pero tan útil. Bastaba con echarle un ojo al teléfono —sin tocarlo, sin prender la pantalla— y ya sabías si había algo nuevo. Un mensaje, una llamada perdida, un correo… todo con solo ver un pequeño destello de color.

Y lo mejor era cuando era RGB y podías personalizarlo. Le ponías azul para WhatsApp, rojo para mensajes, verde para llamadas, morado para alguna app específica… incluso algunas capas de Android te dejaban configurar cuánto tiempo duraba la luz encendida, cada cuánto parpadeaba, si se activaba cuando lo ponías a cargar, y mucho más. Era una función simple pero mágica. Le daba vida al teléfono sin que hiciera ruido ni interrumpiera nada.

Yo tenía esa costumbre: dejaba el celular en la mesa y si veía el LED parpadeando, ya sabía qué esperar. Si no había luz, sabía que podía seguir en lo mío sin pendientes. Sin tener que desbloquearlo ni prender la pantalla a cada rato. Eso, honestamente, era paz.

Pero, como muchas otras cosas, también se fue. Poco a poco las marcas lo fueron quitando para dejar más espacio a la pantalla, eliminar marcos y ofrecer diseños más “limpios”. En su lugar llegó el famoso Always-On Display, que aunque está bien, no es lo mismo. Ese requiere encender parte de la pantalla, gasta más batería y es menos personalizable en muchos casos. Además, algunos teléfonos ni siquiera lo incluyen si no tienen pantalla AMOLED.

Sí, hay apps que intentan simular el LED con animaciones en la pantalla o incluso con la cámara frontal, pero no es lo mismo. Tampoco lo es el usar el flash como aviso de notificaciones, como hacen algunos iPhones. Eso más bien parece que te están tomando una foto en plena noche: es demasiado, incómodo y molesto en lugares públicos o con poca luz.

Una marca que ha intentado revivir esa idea, aunque de forma distinta, es Nothing, con sus teléfonos que tienen luces LED en la parte trasera. Es un concepto interesante, pero sigue sin ser lo mismo que esa lucecita discreta al frente, que te avisaba sin hacer escándalo.

Tal vez no era una función indispensable, pero sí era algo muy bonito. Se extraña. Era parte de esas pequeñas cosas que hacían especial la experiencia de tener un celular y que hoy, por buscar lo “moderno”, hemos ido dejando atrás.

En conclusión

Sabemos que la tecnología cambia, y que muchas veces esos cambios vienen con beneficios reales. Hoy disfrutamos de teléfonos más potentes, más resistentes y con funciones que hace unos años parecían ciencia ficción. Pero también es cierto que en esa carrera por innovar, perdimos pequeñas joyas que hacían la experiencia más cercana, más personal.

Tal vez nunca vuelvan las baterías removibles, ni el LED de notificaciones, ni el jack de audífonos. Tal vez ya todo se vaya a la nube, y lo próximo sea que nos vendan el teléfono sin botones, sin puertos y sin accesorios. Pero mientras eso pasa, vale la pena recordar lo que teníamos y por qué lo valorábamos. Porque no todo avance significa mejora, y no todo lo viejo estaba mal.

A veces, perder cosas simples es lo que más se siente.

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